La narrativa de marca, más allá del Story-Telling.

La narrativa de marca, más allá del Story-Telling.

Ayer paseando por unos campos me acordaba yo del proyecto de Packaging que realizamos de “El Príncipe y la Doncella”, un proyecto de Packaging para vino que podéis ver aquí y que realizamos hace unos años.

Este proyecto ya surgió con la base con la que solemos trabajar independientemente de su entidad, que es la de dotar a marcas de una capacidad de trascendencia más allá de su imagen.

Porque más allá de una etiqueta bonita, la retentiva de una marca viene por la historia que expliques. Ya contamos en este post cómo sintetizar en tres conceptos las historias del 98% de los vinos españoles en la actualidad: o historia, o terruño o vinificación, poco más, y de cómo esos discursos no terminan siendo diferenciales sino comunes. Una base necesaria que debemos tener a partir de la cual construir la verdadera historia de nuestra marca y de nuestros vinos.


Piénsalo. ¿Tus vinos cuentan una historia más allá del producto?


Como ejemplo de lo que hablamos, os voy a explicar la historia a partir de la cual generamos el diseño de El Principe y la Doncella, un texto que redactamos conjunto al trabajo de diseño y donde si bien, la cargamos de adornos literarios para precisamente, argumentar dos etiquetas muy “de cuento”, es la explicación perfecta de nuestra voluntad de ir más allá y de construir una historia que refuerce el discurso comercial del bodeguero, que evidentemente no va a meterle todo el cuento que nosotros generemos, pero sí que le sirve de refuerzo y le da una base auténtica para presentar sus vinos:

EL PRÍNCIPE Y LA DONCELLA

Érase una vez dos viñedos en la preciosa tierra de Valladolid que se miraban el uno al otro. 

A uno le llamaban el Príncipe. Era una vid de uva tinta y valiente, que asomaba sus zarcillos al sol con el despertar de la primavera. Los hombres, acostumbrados a poner nombres a todo lo que no saben como llamar, le llamaron “Tempranillo”, y aunque era príncipe, era una vid antigua y fuerte que había visto el devenir de muchas vendimias. 

Frente al Príncipe, al otro lado de un camino de apenas un metro por el que como mucho podían pasar dos personas una al lado de la otra, se asomaban las vides de la Verdejo a la que llamaban La Doncella, pues había siendimi aendimido la última en nacer en aquellas tierras y tal era su finura y belleza que no tuvieron por otra llamarle así. Una uva fina, tímida y más sutil y refinada que el Príncipe pero que, del mismo modo que la tempranillo, con el despertar del abril también desperezaba sus pequeños brazos para transformarse en una planta llena de absoluta belleza y frondosidad.

El Príncipe y La Doncella se miraban todos los años nada más arrancar sus primeros brotes saliendo el uno al encuentro del otro. Casi pegados, en los extremos de dos viñedos de numerosas filas, era en aquel punto justo donde más cerca de tocarse estaban. Una con sus uvas blancas, otra con sus uvas negras. Curiosos, conforme las semanas avanzaban y llegaba la juventud a sus brotes, cada vez más parecidos a uvas, sus pequeños zarcillos se iban acercando cada vez más y más, invadiendo parte de un camino que en el inicio de abril parecía un enorme abismo pero que se invadía de vegetación poco a poco.

Llegaba mayo y junio y cada vez aquellos pequeños bracitos verdes estaban más cerca el uno del otro. Las abejas apenas tenían que dar un pequeño vuelo para pasar de una a otra y para casi agosto las mariquitas sólo con dar un saltito podían ir de una hoja de la tempranillo a otra de la Verdejo. La Doncella y el Príncipe no hacían más que estirarse para poder llegar a tocarse, para sentirse con la curiosidad propia de dos pretendidos amantes con los pies anclados para siempre en la tierra.

Sin embargo, tras la vendimia y la llegada del otoño, sus hojas se hacían de repente ancianas. Lo que en abril era jóven, en octubre se hacía ya viejo y así como en mayo se estiraban para tocarse, en diciembre se alejaban hasta que el suelo se convertía en un manto de rojas hojas para llegar a febrero y la inevitable poda, donde los curiosos amantes en la distancia, volvían al decrecer de sus ramas hasta el año siguiente, donde la curiosidad de la primavera, volvería a hacer nacer una historia de amor imposible.

Por supuesto, es una historia desarrollada dentro de un proyecto concreto, pero desde entonces, cada vez que nuestro cliente lleva a alguien hasta ese punto concreto del viñedo, tiene una historia que contarle que le aporta trascendencia y algo de magia a a sus vinos. Le aporta retentiva, que lo recuerden. Historias que afianzan, que hacen crecer y que le dan calidad.

Y vuestra historia, ¿cuál es?

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